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Enviado el 20/11/2009

 

Este slogan-reproche me acompaña desde que lo acuñé hace mucho tiempo cuando azorado comprobé, que la filosofía pasatista comenzaba a filtrarse como una costumbre que de allí en más sería una constante, como una forma de no pensar, no preocupar ni preocuparnos, olvidándonos del verdadero rol que le cabe a la radio.

 



Más, mucho más se nota en estas tierras de nadie donde el poder ha mal interpretado la difusión de gobierno, tornándolo un bombo batiente de Viva Yo, nadie más que Yo. Es decir, a crear los mensajes propicios que corresponden y le son lícitos para dar a conocer su quehacer gubernativo.

 

No sé si realmente el pecado comienza en los medios, atribulados por la poca producción comercial que se da en el medio en contraste con la dilapidación de los grandes presupuestos que las políticas de gobierno permiten facturar en notorio contraste con el primero.

 

Pienso esto, porque siempre me he preguntado, por qué los medios son tan pecaminosos al embanderarse fanáticamente con la causa reinante, dejando en la duda si son las directivas impartidas de arriba de contar solamente la verdad oficial y no permitir que aflore la realidad sin anestesia, o si trata simplemente del pánico de los medios por continuar facturando.

 

O es el fenómeno de la censura que de por si ya es triste, en comparación con la autocensura que aún es mucho más dolorosa, porque si una establece hasta dónde debe decirse toda la verdad, la otra deja peligrosamente al arbitrio de quien dice el límite de verdad y mentira.

 

No existe pues manera más idónea para mejorar una democracia que la crítica, y ello también es difusión para el gobierno de turno que, si ha hecho las cosas bien tiene asegurado el éxito y el beneplácito y si no la grandeza de dar lugar a la crítica lícita. Sino hasta cuándo los periodistas-operadores que plantean y deforman, que machacan hasta el cansancio una noticia, que bajan el diálogo periodístico a la burda pelea callejera, peor aún reavivando las contingencias domésticas de dimes y diretes, deformando la profesión y desvirtuando esa buena radio que alguna supimos hacer, continuarán en su quehacer de mercenarios del aire, sin amor ni principios.

 

Desparecieron los contenidos, la originalidad de la creatividad, el ingenio, el buen gusto por las buenas ideas, el respeto por las personas han hecho mutis por el foro, desapareciendo de escena.

 

Hace mucho tiempo comencé a caminar el sendero de la buena radio, me acoplé con quienes saben, un Eduardo Aliverti, por ejemplo, un Marcelo Simón, con Tito Marincioni quien me quería y me tenía una fe bárbara, con Guillermo Sánchez. Una Magdalena Ruiz Guiñazú, con quien estuve cuando gané el premio radial "Néstor Ibarra" conferido por Radio Mitre de Buenos Aires, ya que ella era presidenta del jurado que me había otorgado tan honroso premio, con quien tuve la oportunidad de departir sobre el mettier de radio y el protagonismo del periodismo serio y responsable que se ha dejado de hacer por estos pagos, sobados por partidismos y facturas grosas que maduran obsecuencias generosas y doblegan voluntades.

 

Veo con tristeza cómo pensar es un pecado. Observo el corto vuelo de los reportajes sin sentido, o aquellos que son los más frecuentes los producidos con cuatro "tiras bombas" frente a un micrófono hablando de lo mismo, perfil de programa que se repite en todas las emisoras, y todas con el remanido tema creado o producido, donde afloran más las dudas y que sirven para incautar inocentes escuchas, futuros votantes, público asiduo que como el bolero "Miénteme Más", a sabiendas que lo mienten, como no puede vivir sin ellas, prefiere que le sigan mintiendo.

 

Yo sé que soy un gil, porque pesar de todo sigo estudiando, comparando, indagando, escuchando una discografía de coleccionista, preocupado porque las ideas fluyan y conformen un contenido inteligente, donde el oyente viaje, sueñe, se persuada y conozca, escuchando, hablándole al oído con toda sinceridad, tratando de ser coherente, ser honesto, mantener la palabra, reconocer haberme equivocado, hacer gala de ética pues ejercitándola nos beneficiamos todos.

 

Y sin embargo como una ironía a pesar de lo poco o mucho hecho, no tengo la suerte de la comprensión de quienes aportan, comercialmente o estatalmente, no obstante los muchísimos premios obtenidos realmente impensados que he tenido el privilegio de poseerlos. Porque de ninguna manera aceptaría que una facturación apetitosa me doblegue tirando por tierra mis principios. Ya que de esa manera estoy defraudando al rehén involuntario, que es el oyente bien pensado, destinatario final del mensaje, que me permite continuar.

 

Es lo que me da fuerzas, porque los premios no son adornos, a mi saber y entender significan compromiso. Por eso me preocupo y mi esfuerzo no es en vano, porque el oyente se merece algo mucho mejor.

 

La felicidad mía es que a falta de aporte publicitario tengo lo más valioso, el reconocimiento de la gente, que me pregunta, que me aporta, que me escucha, que me consulta.

 

Hay algo que los medios deben pensar, el auspicio es importante pero el contenido lo es mucho más porque no hay derecho de continuar embruteciendo a tanta gente. Cuando la radio salió por primera vez al aire, los "locos de la terraza", amigos jóvenes que hacían la realidad de enarbolar por primera vez una emisión radial, proponían que signifique el mensaje entre la gente, capitalizando los valores, esclareciendo las ideas, llevando lo que la imaginación es posible de construir merced a las palabras, entreteniendo pero educando a la vez.

 

Por eso insisto como acicate con el slogan acuñado hace mucho tiempo por mí: "Para que la radio, vuelva a ser la radio". Volver a las fuentes de una radio que fue orgullo y no esta que nos pretende transferir, hablando de nada, "ensuciando el aire" como se dice en la técnica televisiva.

 

 

Adalberto Balduino

 

Periodista Radial y Televisivo

 

CorrientesOpina.com.ar

Fuente: http://www.diario1588.com/modules.php?name=News&file=article&sid=11714

Via Yimber Gaviria, Colombia

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