-¿Y no se supone que somos, o que fuimos la Atenas Suramericana, y que nuestros artistas deben mirar hacia horizontes internacionales? Si el asunto es de dinero estoy dispuesto a pagar lo que usted considere necesario por el alquiler del local.
-No es asunto de dinero. ¡Es de prestigio y de tradición!
-Piense en lo prestigioso que se volvería su teatro si aquí tuviera lugar el primer gran concierto de un conjunto de talentosos jóvenes bogotanos haciendo twist, rock and roll y bossanova colombiana. ¡Hasta vamos a grabar el disco en vivo! Yo sé que usted y yo podemos hacerlo. Sé que algo se le ocurrirá.
Doña Cecilia Fernández de Soto, directora del Teatro de Cristóbal Colón, epicentro de la lírica y las artes dramáticas en la ciudad desde tiempos republicanos, hizo en su mente un veloz inventario tentativo de qué clase de negocio podría hacer con el judío millonario al que tenía por interlocutor, lo suficientemente atractivo como para salir indemnizada de la lluvia de verduras que habría de sobrevenir por sobre el proscenio del honorable claustro, tras la presentación de Los Daro Boys.
-Hagamos un trato, señor Daro: Yo le dejó presentar a los muchachos. Y le dejo grabarles sus alaridos. Y usted, para honrar las memorias de los grandes maestros cuyas almas en paz se verán violentadas por las notas del rock and roll y de la bossanova colombiana, que a usted tanto le gustan, me dará a cambio el bello busto de Beethoven que hoy adorna su despacho en la disquera. Por lo demás no pienso cobrarle ni un solo peso.
-Digamos que es un pago previo por posibles daños y perjucios.
-Si eso es lo que quiere a cambio de que ni su industria ni la mía se acaben, entonces lo tendrá.
Una semana después, Mauricio Posada -guitarrista y compositor líder de Los Daro Boys- iba junto a él, del lado derecho de la silla trasera de un taxi Chevrolet Bel Air, separado tan solo por la efigie en bronce de don Ludwig, difunto mentor desde el más allá de este proyecto demencial consistente en presentar una banda de adolescentes en el más consagrado escenario de la ciudad, al que hasta la fecha sólo se podía ingresar vestido con guantes y traje de gala.
El comienzo de sus carreras para Los Daro Boys (bautizados así en honor a su mecenas) no había sido ni glamoroso ni lucrativo. Aunque ya habían tocado en el Hotel Tequendama, y en algunos otros escenarios importantes, el mayor pago recibido a cambio de su actuación había sido el vestido que cada uno de ellos quisiera, confeccionado por las prodigiosas manos de Valdiri. Pero con todo y los malos presagios se subieron a las tablas del Colón.
Para fortuna de la memoria, todo el sonido quedó consignado el primer gran momento del proto rock and roll en vivo en nuestro país: 'Los Daro en el Colón', álbum prensado por la visionaria firma Discos Daro.
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