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Matrimonio de Napoleón y María Luisa Ilustración: wikipedia.org


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http://spanish.ruvr.ru/data/2010/05/26/1226272711/1812-Historia-de-Guerra-3-25-05.mp3


El autor de este ciclo es Dimitri Minchenok.

Y bien, Napoleón Bonaparte, ofendido a ultranza con el zar Alejandro anunció su matrimonio con María Luisa, la hija de Francisco, el emperador de Austria.

El 7 de febrero de 1810 estaba ya redactado el pacto matrimonial, en cuyo texto no hubo que trabajar mucho. Simplemente acudieron al archivo y copiaron el pacto matrimonial redactado para las bodas del antecesor de Napoleón en el trono francés, el rey Luis XVI, con otra duquesa, María Antonieta, tía de María Luisa, la actual novia de Napoleón. En cuanto fue redactado fue enviado de inmediato para su ratificación al emperador de Austria, Francisco I. El monarca lo ratificó al instante, la información al respecto llegó a París el 21 de febrero y, ya el 22 de febrero, el Mariscar Bertieu, jefe del Estado Mayor viajaba a Viena para cumplir una curiosa misión: representar al novio, es decir, a Napoleón mismo durante la ceremonia solemne del matrimonio que debía celebrarse en Viena.

La noticia de estas decisiones de Napoleón fue acogida con alegría en San Petersburgo. Pero no por todos. El embajador de Rusia en París, príncipe Kurakin escribía a Alejandro: "Todo acercamiento de Napoleón con Austria le desata considerablemente las manos con respecto a Rusia. Como acertadamente comentan fuentes bien informadas: el viejo príncipe Metternich, padre del embajador austriaco en París, derramaba lágrimas de alegría cuando se enteró del matrimonio que se preparaba".

Su hijo, quien más tarde se cubriría de gloria en el campo de la diplomacia, Clementi Meternich, no ocultaba tampoco su alegría.  "Austria estaba salvada" repetían en el palacio imperial en Schoenbrunn.

En San Petersburgo reinaba una alarma rara. Solo estaba conforme la viuda de Pavel I, María Fiodorovna, hija del gobernante  Duque de Würtemberg, rival tradicional de los franceses. María Fiodoronva exclamaba eufórica que, al "minotauro monstruoso" había sido arrojada, para refocilarse, no su hija, sino la hija del emperador austriaco. Pero, Alejandro I, el conde Rumianzev y el embajador Kurakin e incluso los enemigos más furibundos de la alianza francesa estaban inquietos. A ellos les parecía que Austria entraba, definitivamente, en la órbita de la política de Napoleón y que, en el continente, Rusia quedaba sola frente al odioso conquistador de Europa.

Después de las horribles derrotas del imperio austriaco en la guerra con Napoleón, y de las pérdidas de 1809, cuando el país fue ocupado por las tropas francesas, el matrimonio entre la heredera del trono austriaco y el hombre más poderoso del universo parecía a los contemporáneo de Beethoven una suerte de salvación. Los vieneses estaban eufóricos. Guardaban los recuerdos de Josef Haidyn, quien decía que los oficiales franceses se habían convertido, momentáneamente, de enemigos en admiradores.  Estos lo visitaban para conversar de música y le pedía que compusiera para ellos un minuet... Y nadie hablaba de patriotismo ni de los hechos lamentables. Por ejemplo, en medio de los festejos que precedieron a la boda, Napoleón ordenó ejecutar al jefe de los insurgentes del Tirol, que por fin había sido hecho prisionero, el famoso guerrillero campesino André Gauffer. Antes de que sonaran los disparos, fue ejecutado en la ciudad de Mantue, el súbdito fiel alcanzó a lanzar un grito: ¡Que viva mi buen emperador Francisco! Pero, el buen emperador Francisco, por el que Gauffer había entregado su vida, prohibió mencionar el nombre del  oscuro campesino del Tirol, quien con su desmesurada fidelidad y su patriotismo inoportuno podía provocar el desprecio a Napoleón en toda Austria.

El 11 de marzo de 1810, en Viena, en la Catedral de San Esteban, donde hacía 19 años se celebraron las exequias de Wolfang Amadeus Mozart, con una gran concurrencia y en una ceremonia de gran solemnidad, ante la presencia de la familia imperial austriaca, de toda la corte, de todo el cuerpo diplomático, altos funcionarios y el generalato se celebró el matrimonio de la duquesa de 18 años, María Luisa con el emperador Napoleón. La novia no había visto nunca antes siquiera al novio. Y no lo vio tampoco en la ceremonia nupcial, frente al altar, porque el novio, como señalábamos anteriormente, creyó innecesario ocuparse de algo tan exclusivo como su matrimonio con el viaje personal a Viena. Pero, en Viena se resignaron a ello, y el Mariscal Bertieu, uno de los  compañeros gracias a los que Napoleón derrotó los ejércitos ruso y austriaco en Austerlitz y el duque Karl, ambos, cumplieron con dignidad todas las operaciones que correspondía al novio. Aquello fue el espectáculo más ridículo del mundo. ¿Cómo lograron dos hombres representar al novio real ausente? Se sorprendieron también los contemporáneos no muy peritos en detalles de nupcias reales. Bertieu fue enviado por Napoleón a Viena a representar al monarca y, formalmente solicitar la mano de María Luisa, mientras que el duque Karl, a petición y por invitación directa de Napoleón debía comparecer ante la Iglesia donde Bertieu le entregó a María Luisa, a la que Karl condujo hasta el altar y estuvo junto a ella durante el sacramento del matrimonio, después de lo cual, la nueva emperatriz francesa fue enviada con todos los honores correspondientes y la escolta a Francia.

Cuando Alejandro fue informado de ello, el monarca, según cuentan, exclamó: "El no es loco: es un estratega genial. Hacerse pasar por otro y presentarse como tercero". Pero, su madre pensaba de manera distinta: "Qué jaleo... Que felicidad que mis hijas no participen en ello".

Durante el viaje a través de Bavaria, a la esposa de 18 años de Napoleón le dieron a sentir que era la consorte del monarca de Europa. Durante todo el camino había en la vera niños que agitaban ramas de árboles a la vez que exclamaban: ¡Hosanna! El marido mismo recibió a su esposa no lejos de París, en el camino a Compien. Allí se vieron los consortes por primera vez.

Ese acontecimiento causó en Europa gran impresión y era debatido en todas partes. "Ahora se acabaron las guerras, Europa logró el equilibrio, se inaugura una era feliz", comentaban los mercaderes de las ciudades anseáticas, seguros de que Inglaterra, al que Napoleón había declarado la guerra a muerte, habiéndose privado del apoyo en Austria en el continente, deberá ahora pedir clemencia.

Solo Metternich repetía: "A Napoleón no le preocupa ya Inglaterra. Bonaparte no va a combatirla, sino a una de las dos potencias en la que le negaron una novia de inmediato. Pero, cuando se la ofrezcan, él ya no la tomará".

Metternich no se equivocaba prácticamente. Para el comienzo de la guerra con Napoleón faltaban un poco menos de 850 días.

Hasta aquí la tercera edición del ciclo de programas de Dimitri Minchenka, titulado "1812, historia de una guerra europea". Les invitamos a escuchar la continuación de este relato el viernes, a esta misma hora y punto del dial.


Fuente: Segunda parte : La Voz de Rusia http://bit.ly/8YFHSU


NOTA: Ya saben que como Oyentes de la Onda Corta o de internet, esperan sus comentarios: letter (arroba)ruvr.ru

(Yimber Gaviria, Colombia)


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